Escribir una biografía de Fernando Pessoa entraña una paradoja evidente: ¿a cuántas personas se está biografiando en realidad? ¿Al Chevalier de Pas, primer protoheterónimo que Pessoa inventó cuando tenía seis años y le escribía cartas al niño Fernando; a Charles Robert Anon, autor de lengua inglesa en verso y prosa, compañero de su adolescencia; a Alexander Search, su sucesor; al Dr. Faustino Antunes, supuesto psiquiatra que trataba al joven Pessoa en Lisboa; al astrólogo Raphael Baldaya; a Vicente Guedes, primer autor de el Libro del desasosiego; a Fray Maurice, monje atormentado por dudas religiosas; a António Mora, el huésped de un manicomio que pretendía resucitar el paganismo; a Jean Seul de Méluret, ensayista francés; al Barón de Teive, escritor frustrado y suicida? ¿Solamente a los principales heterónimos, a saber: el poeta bucólico-filosófico Alberto Caeiro (1889-1915), autor de El guardador de rebaños, y sus discípulos, el ingeniero naval Álvaro de Campos (1889), poeta vitalista y ultramoderno, y el clasicista Ricardo Reis (1887), médico y escritor de austeras odas horacianas, además del semiheterónimo Bernardo Soares, asistente de contabilidad en Lisboa y a la postre autor del Libro de desasosiego? ¿O solo a Fernando Antonio Nogueira Pessoa, el tímido traductor y oficinista que los creó y contenía a todos? ¿Y quién era Fernando Pessoa (pessoa, ‘persona’ en portugués; ‘persona’, del griego prosopon, ‘máscara’; o sea, Fernando Máscara)? ¿Era Alguien o Nadie? ¿O Todos?
Uno de los mayores méritos de esta nueva biografía, escrita por Richard Zenith, traductor y editor del autor portugués, es presentarnos a un Pessoa plenamente humano, creíble, familiar, doméstico, de carne y hueso. Con esta son tres las principales aproximaciones biográficas al poeta (y nunca dejan de ser eso: aproximaciones), pero esta es por mucho la más completa, la –usemos esa hipérbole de la crítica biográfica– definitiva. La primera, Vida y obra de Fernando Pessoa (1950), se debió a João Gaspar Simões, y, aunque demasiado insistente en su interpretación psicoanalítica (casi todo se explica a partir de la “pérdida” de la madre, cuando esta, tras la muerte del padre de Fernando, vuelve a casarse), me sigue pareciendo un modelo de esa vieja tradición biográfica de escritores, mezcla de biografía y crítica literaria, precisamente la de “vida y obra”. Con el subtítulo de Historia de una generación, Simões –que conoció y trató al poeta personalmente, ventaja única que el resto de sus biógrafos no tuvo– se encarga de situar a Pessoa en su muy específico contexto portugués, histórico, cultural y literario. No recuerdo quién hizo la observación de que al genio lo imaginamos siempre un poco aislado, por encima de las pequeñas circunstancias históricas y locales que rodean toda vida, y que resulta siempre una sorpresa descubrir que él también se desarrolló en medio de esas menudencias. Esa fue exactamente la obvia impresión que me causó, hace años, la lectura de la biografía de Simões: Pessoa también había pertenecido a una generación, a un contexto cultural específico, había hecho una trivial “vida literaria” (formado parte de grupos, participado en polémicas, fundado revistas, etc.,), rodeado de una serie de escritores y artistas en muchos casos menores que hoy son solo un pasaje o una nota al pie de su biografía. Casi cuarenta años después de Vida y obra, y cuando Pessoa ya era mucho más conocido a nivel mundial, apareció La vida plural de Fernando Pessoa (1988), de su traductor español, Ángel Crespo. Menos rica en contexto, esta naturalmente se benefició de toda la crítica aparecida hasta entonces y de una comprensión más lúcida del fenómeno de la heteronimia, el corazón de la obra pessoana. No siendo únicamente biografías, sino obras críticas, tanto Vida y obra como La vida plural siguen siendo útiles y la obra de Zenith no las reemplaza por completo, pero es evidente que en términos de investigación y documentación, Pessoa será a partir de ahora la biografía de referencia. La tradición en la que se inscribe es la de la biografía anglosajona y, más precisamente, la de la biografía anglosajona de escritores, cuyo modelo sigue siendo el James Joyce de Richard Ellmann: una investigación exhaustiva, con un vasto aparato crítico y bibliográfico detrás, pero una exposición directa y amena, pensada para el lector común, sin notas al pie ni referencias o discusiones con otros especialistas que solo entorpecerían la lectura y que envía todo eso a la amplia sección de notas finales, que ya el interesado consultará, si quiere. Lo que criticaría al modelo es, a veces, cierta impersonalidad, cierta asepsia literaria y carácter meramente instrumental de la prosa que impiden que la biografía se convierta en una obra de arte en sí misma. Y la biografía, o es una obra de arte literario o es un mero reporte de investigación.
Uno de los aciertos de Pessoa es la división biográfica, no en las clásicas y áridas secciones de lugares y fechas (defecto de Ellmann), sino en una propuesta de evolución espiritual por etapas: “The born foreigner”, “The poet as transformer”, “Dreamer and civilizer” y “Spiritualist and humanist”, que convincentemente traza el itinerario vital de Pessoa. La primera está centrada en la toma de consciencia de su “extranjería”, en todos los sentidos, en la que los ochos años pasados en Sudáfrica son decisivos (uno se pregunta qué clase de escritor habría sido de no mediar esa experiencia, que apunto estuvo de hacerlo un autor inglés y lo hizo un escritor bilingüe); la segunda, en el proceso de desarrollo de los primeros heterónimos que habrían de conducir al nacimiento de Caeiro, Campos y Reis; la tercera, en el proyecto megalómano del Quinto Imperio y el propósito de restaurar las glorias lusitanas, y la cuarta, en su búsqueda espiritual (astrología, magia, rosacrucismo, etc.,) de redención y filantrópica. Un defecto, sin embargo, es solo dividir y titular esas cuatro partes y luego tener 76 capítulos (y secciones al interior de estos) sin subtitular. Una biografía de mil páginas y su hipotético lector se beneficiarían de una división y titulación más específicas.
La infancia y la adolescencia de Pessoa (esta última transcurrida en Sudáfrica, adonde se mudó tras el segundo matrimonio de su madre) habían sido hasta ahora quizá sus etapas menos conocidas. Zenith arroja nueva luz sobre ellas. Uno de los aspectos que más llama la atención es la precocidad de su genio. Sabíamos que había sido un niño introvertido y brillante, pero ciertas conductas e ideas parecen el preludio de algo más. Que creara amigos imaginarios con los que se carteaba o fundara pequeños periódicos donde él escribía todo es una cosa, pero llaman la atención detalles como que, entre los trece y quince años, fruto de su afición por el futbol y el criquet –que no sabemos si jugaba efectivamente, no me extrañaría que no–, se inventara equipos completos de ambos deportes, todos sus jugadores con nombre y apellido, llevara minuciosamente sus estadísticas e hiciera la crónica de partidos y temporadas completos. Todo un mundo que existía solo en su cabeza. Luego haría lo mismo, pero con escritores. Desde niño era evidente el rasgo definitivo de su personalidad: una refracción del mundo real, un repliegue al interior y un cultivo minucioso de un universo imaginario.
En Durban, adonde llegó sin saber inglés, rápidamente aprendió la lengua, se convirtió en un alumno destacado y pronto obtenía los primeros lugares y ganaba los concursos literarios académicos. Allí entró en contacto con la literatura inglesa y a los dieciséis años componía escrupulosas imitaciones de Milton, Carlyle y Keats. En 1904, su segundo soneto inglés terminaba con estos versos: “I know not death and think it no release– / The bad indeed is better than the unknown”, que obviamente recuerda su última línea escrita antes de morir, en 1935, también en inglés: “I know not what tomorrow will bring”.
A los diecisiete años, Pessoa volvió solo a Lisboa, de donde prácticamente no volvería a salir, mientras su familia permanecía en Sudáfrica. Se fue a vivir con unas tías y se matriculó en la Facultad de Artes y Letras, que le tomó menos de dos años abandonar (nada menos afín a su temperamento que la rigidez y la general mediocridad universitarias). Tras recibir una herencia, montó la imprenta y editorial Ibis, que fracasó rotundamente y lo dejó lleno de deudas. Una de las cosas más curiosas de la biografía de Pessoa, que Zenith documenta cuidadosamente, es su fallida vocación empresarial. Prácticamente toda su vida se la pasó haciendo proyectos de negocios que no llevaba a cabo o no pasaban de las primeras etapas (lo mismo, podría pensarse, ocurría en el plano literario, pero en este efectivamente acababa escribiendo, así fueran fragmentos, y en el empresarial, en cambio, el fracaso fue inmaculado). Tras abandonar la Universidad, quebrar en su primera empresa y deberle hasta al sastre, lo lógico habría sido conseguirse un empleo, cualquier empleo, y empezar a salir poco a poco de los problemas económicos, pero el joven Fernando, para consternación de su familia, se negaba en redondo a tener un trabajo convencional y un horario (como se sabe, Pessoa se ganaría la vida traduciendo cartas comerciales en distintas compañías de Lisboa y sería básicamente un oficinista, pero nunca tuvo un empleo fijo en un solo lugar). Mientras tanto, esos primeros años de vuelta en Portugal fueron cimentando su profundo nacionalismo. Nunca, ni en sus etapas de mayor ensimismamiento, dejó de preocuparse por el destino de Portugal e intervino más de lo que suele suponerse en el debate político, siempre a través de la escritura.
En 1912 conoció a Mário de Sá-Carneiro, su mejor amigo y colaborador literario. Fue una de esas amistades en las que, teniendo un gran denominador común (la literatura), los miembros no podían ser más diferentes. Sá-Carneiro, hijo de una familia rica, era un dandi epicúreo, exteriormente emocional, histriónico; Pessoa, reservado, tímido, que guardaba su riquísimo mundo de emociones para sí. Incluso físicamente contrastaban, Mario tirando a grueso y corpulento, y Fernando frágil y delgado. Tuvieron suerte de encontrarse y esta biografía muestra hasta qué punto Sá-Carneiro tuvo un papel en el nacimiento de Alberto Caeiro, el maestro de los heterónimos, ocurrido en 1914, annus mirabilis pessoano, al que siguieron los de Álvaro de Campos y Ricardo Reis. Al año siguiente los amigos publican la revista Orpheu, a la que bastaron dos números para fundar la modernidad literaria portuguesa. Sá-Carneiro se suicidó en París en 1916, a los veintiséis años, cerrando así el periodo de amistad y colaboración literaria más importante de Pessoa.
Hay un fragmento del Libro del desasosiego, que comenzó a componer hacia 1913 con ese título sin saber bien qué clase de obra sería, en el que dice que su verdadera patria no es Portugal, sino la lengua portuguesa. Es parcialmente cierto, pero también es verdad que se empeñó durante años en ser un autor de lengua inglesa. No parece casual que, resistiéndose a publicar libros en su lengua materna, sí intentará publicarlos en inglés, siendo rechazados, como The Mad Fiddler, o editándolos él mismo, como los 35 Sonnets o Antinous. Este último canta la pasión del emperador Adriano por su amante muerto, el adolescente Antinoo, lo que sirve a Zenith para especular sobre la sexualidad pessoana, zona llena de misterios. Sostiene que Pessoa no tuvo nunca una relación sexual (y presenta pruebas, escritas por el propio autor, que muestran que por lo menos a una edad avanzada en efecto esto era cierto, pero cómo saber que luego no tuvo ninguna experiencia) y al respecto concluye: “Throughout this biography I have avoided definining Pessoa’s sexuality, but based on his spiritual explanations and as demonstratedby his own ‘practice’, such as it was, it’s possible to affirm that the poet was ultimately not heterosexual, homosexual, pansexual, or asexual; he was monosexual, androgynously so. The heteronyms can be seen as the fruit of his self-fertilization”.
Algunos de los textos más perturbadores citados en esta biografía, que yo ignoraba, son las comunicaciones que supuestos espíritus (suerte de heterónimos fantasmales) dictaban al poeta en sus sesiones espiritistas y que trataban fundamentalmente de su vida sexual. El principal de ellos, Henry More, ordenó a su discípulo el 28 de junio de 1916:
You must not maintain chastity more. You are so misogynous that you will find yourself morally impotent, and in that way you will not produce any complete work in literature. You must abandon your monastic life and now […] A man who masturbates himself is not a strong man, and no man is a man who is not a lover.
Sin embargo, el clímax de la desesperación y la autodenigración llega cuando la supuesta mujer que sería la compañera sexual de Pessoa, una inglesa llamada Margaret Mansel, se comunica directamente con su futuro amante y le reclama:
You onanist! Go to marriage with me! No onanism [any] more.
504 Love me.
You masturbator! You masochist! You man without manhood! […] You man without a man’s prick! You man with a clitoris instead of a prick! You man with a woman’s morality for marriage. Beast! You bright worm.
Un hombre no puede llegar mucho más lejos en el camino del autodesprecio. El genio literario era un imbécil sexual (imbecillis, ‘débil’, ‘pusilámine’).
Como es sabido, la única relación amorosa que tuvo Pessoa fue con Ophelia –¿cómo más iba a llamarse?– Queiroz, secretaria en una de las oficinas para las que trabajaba. Tenía diecinueve años y uno tiene la impresión que la relación se dio gracias a su determinación, pues ella resolvió conquistar (y conquistó) al tímido poeta, aunque fuera temporalmente. Es inevitablemente cómico imaginar a Pessoa, que rebasaba los treinta, de novio por primera vez, robando besos y escribiendo cartas. De aquí nacerían luego, por supuesto, los versos: “Todas las cartas de amor son / ridículas. / No serían cartas de amor si no fuesen / ridículas…” (por descontado, aunque ese ridículo sea quizá más propio de los dieciséis que de los treinta y dos). Por otro lado, Pessoa también compuso algunas de las cartas de amor más frías que se hayan escrito, por ejemplo, la del 26 de marzo de 1920: “Por mi parte, estoy convencido de que me gustas. Sí, creo que puedo afirmar que te tengo un cierto afecto”. Ophelia se debe haber derretido.
Sin embargo, estaba claro que la dicha amorosa, conyugal y doméstica no estaba en el destino pessoano. Cuando Pessoa comenzó a sentirse demasiado invadido por el amor de Ophelia, emprendió la retirada. Para ello contaba con un aliado inmejorable, el archirrival de su novia: el insolente Álvaro de Campos. No deja de ser un poco alucinante leer cómo a veces Pessoa se presentaba a las citas con Ophelia con una personalidad completamente distinta, locuaz y agresiva: es que no era el comedido Fernando, sino el desmesurado Álvaro. O como este boicoteaba su relación por escrito.
El amor, para Pessoa, fue una experiencia pasajera. Había leído sobre ella toda la vida, la había visto en los demás y necesitaba experimentarla, pero cuando la tuvo al poco tiempo se dio cuenta que no era para él (no, al menos, en la versión que le ofrecía Ophelia, que eventualmente debía derivar en el matrimonio y la familia, como explícitamente se lo dijo). Luego de una de sus recurrentes desapariciones y ante la perplejidad de la muchacha, él explicó que una ola negra –metáfora de su depresión– se cernía sobre él. Más adelante, en una escalofriante carta de despedida que también pudieron haber firmado Kierkegaard o Kafka, escribió: “Mi destino pertenece a una Ley diferente, cuya existencia ni siquiera sospechas, y soy cada vez más el esclavo de Amos que no ceden y que no perdonan”.
Hacia su última década se operaron varios cambios en la vida de Pessoa. Literariamente, abandonado el juego juvenil de la vanguardias (porque para un escritor de su talla no podían ser otra cosa que eso, un divertimento pasajero), se inclina hacia cierto clasicismo, reflejado en su intervención como editor de la revista Athena, en la que aparecieron fragmentos de “El guardador de rebaños”. Da la impresión de que –luego de años de buscar cierto reconocimiento, tanto en inglés como en portugués, y de obtener resultados más bien modestos, aparte de la infinita planeación y postergación de la publicación de su obra en libros–, Pessoa decidió retraerse en términos literarios. Algunas de las cosas que más le importaban (la poesía de sus principales heterónimos, por ejemplo) no había encontrado mayor eco; ahora se ocultaría aún más, deliberadamente, y renunciaría a la idea de la publicidad. Solo sus mejores amigos y algunos jóvenes y fervientes admiradores, agrupados alrededor de la revista Presença, lograrían hacerlo abandonar parcialmente esa reclusión literaria.
Para entonces, Pessoa está más interesado en la magia, la astrología y la búsqueda espiritual. Uno de los episodios más curiosos de esta vida desprovista de acontecimientos exteriores fue su encuentro con el infame Aleister Crowley, ocultista inglés que dirigía una secta que involucraba la magia, drogas y ritos sexuales. Se carteaba con Pessoa y un día, para alarma del poeta, anunció que lo visitaría en Lisboa, adonde llegó acompañado de su joven novia alemana. Sus planes incluían abrir una sucursal del culto en Portugal y que su brillante corresponsal la dirigiera. Al verse personalmente, debe haberle tomado treinta segundos darse cuenta que el poeta de los lentes y la pajarita no era precisamente la persona más indicada para llevar a cabo ritos sexosatánicos, pero igual le simpatizó y lo convenció de ayudarlo a escenificar su falso suicidio en el despeñadero de Boca del Infierno, a las afueras de Lisboa (Pessoa esbozó una novela sobre la aventura, que por supuesto dejó inconclusa).
Entre otras novedades, la biografía de Zenith incluye fotografías que yo, al menos, desconocía. Las más impresionantes son los últimos retratos de Pessoa, los retratos de un hombre que tiene cuarenta y seis o cuarenta y siete años (la bel âge de quien esto escribe, lo que probablemente contribuyó a mi impresión), y que parece de sesenta. La vida había desgastado brutal y prematuramente a Pessoa, y a los cuarenta era un uomo finito. Zenith escribe:
It wasn’t the dreary routine of his rounds among the offices; he liked that routine. Nor was the loneliness of living as a bachelor, which did on occasion make him sad, but not weary. It was life itself that wearied him. I was all the doing, feeling, hoping, and regretting of the forty years he had lived so far. It was the nagging sensation that “all is vanity and vexation of spirit”, as he remarked in a passage from The Book of Disquiet, citing the words of the Preacher or Ecclesiastes. And he also cited, in the same passage, that bleak utterance of Job: “My soul is weary of my life”.
A sus últimos años no faltaron pequeñas derrotas y humillaciones. Dispuesto, increíblemente, a abandonar Lisboa, solicitó un modesto empleo de bibliotecario en el Museo de los Condes de Castro Guimarães en Cascais. Lo rechazaron. Empujado por sus amigos, envío a un concurso de poesía organizado por el gobierno su poema Mensaje. El certamen estaba practicamente organizado por ellos mismos, así que el triunfo de Pessoa parecía seguro, pero miembros del jurado tuvieron otra opinión y terminó perdiendo frente al pío poema de un cura franciscano de nombre Vasco Reis. Los amigos se las arreglaron para igual darle un premio, lo que en cierta forma solo abonó a la humillación. Mensaje, el único libro que se había animado a publicar en vida, no había sido suficiente para ganar un concurso estatal. Para rematar, en la esfera pública, la sombra de la dictadura de Salazar se cernía sobre Portugal. Pessoa, que lo había apoyado al comienzo, tuvo el tino y el valor de oponérsele al final.
Su salud se deterioraba aceleradamente, proceso al que su ingente consumo de alcohol no era ajeno (su bebida favorita era el brandi portugués Macieira), llegando a experimentar el delirium tremens. Bromista, una vez, al presentarle a una muchacha que iba a casarse con un pariente suyo, le dijo: “¿No has oído hablar de mí? Soy el borracho de la familia”. Una de las cosas que, en su momento, los familiares de Pessoa reprocharon más a la biografía de Simões fue, por cierto, presentar una poco favorable imagen del poeta en sus últimos años, enfatizando su aspecto descuidado y alcohólico. Pessoa fue internado en el hospital San Luis el 29 de noviembre de 1935 con fuertes dolores abdominales y murió al día siguiente, probablemente a causa de una obstrucción intestinal. Dejaba un libro publicado y la famosa arca con alrededor de veinticinco mil documentos que contenían su obra dispersa, disjecta membra…
Una de las paradojas de la biografía de Pessoa es que, a pesar de la multitud de las máscaras, acabe por revelar un rostro. Él se definía a sí mismo como un poeta dramático e impersonal, esto es, que encarnaba varias voces y era solo un medio. El poeta Pessoa era, en efecto, impersonal, pero la persona Pessoa, permítaseme la redundancia y la paradoja, no lo era: era única, individual, con una serie de rasgos específicos, gestos, costumbres y manías, moldeada por su carácter y las circunstancias de la vida que le tocó vivir, como la persona de todos nosotros. Parte de su gran triunfo poético es haberse casi borrado detrás de sus máscaras, hacernos creer que realmente era nadie, aunque detrás hubiera siempre alguien, no un sujeto estable y monolítico, claro está, sino en permanente movimiento y mutación, la única forma de ser, y en su caso aún más radicalmente. Un precursor de la exploración pessoana de la otredad –de cuya alegre sabiduría podría haber aprendido mucho de haber sido otro su temperamento, pero, en definitiva, solo tenemos los maestros que son afines a nosotros– lo dijo lúcidamente: “no pinto el ser, pinto el tránsito” (Ensayos, II, III).
Creo que Zenith apunta una de las claves para comprender a Pessoa cuando comenta su vía ocultista para el progreso espiritual, que prenscinde de la magia y de la alquimia:
This is “the simple path”, he wrote, and those who follow it recognize the Word exactly “as it is given to us, as something not one but multiple, as the limbs of Osiris, many Gods”. Rather than attempt to rejoin the body of the god Osiris –whose corpse was cut up into pieces and strewn all over Egypt– they accept the fragmentary, multiple nature of the divine Word. And to accept “the Word as the Word”, says Pessoa in conclusion, is to accept “the World as the World”. This wisdom recalls the lesson of the master heteronym, Alberto Caeiro, who saw and accepted that “Nature is parts without a whole.”
Análogamente, más que empeñarse en dotar de unidad la persona y, sobre todo, la obra de Pessoa, es preciso reconocerlas y aceptarlas en su fragmentariedad. Hacerlo así es aceptar el mundo moderno, del que son expresión y reflejo, tal como es, un mundo que hace tiempo perdió la unidad y saltó en pedazos.
Hace diez años, reseñando los Escritos sobre genio y locura, escribí que si tuviera que apostar por un solo autor para representar la Edad Moderna, el que a la postre será nuestro Virgilio o nuestro Dante, apostaría por Fernando Pessoa. La lectura de Pessoa de Richard Zenith me lo ha confirmado.
Publicado en https://criticismo.com/pessoa-a-biography/
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